Es un excelente articulo sobre Uribe, el que escribio Pedro Medellin en El Tiempo.
La pasión por las mayorías (2 de agosto de 2005)
El presidente Uribe es un rehén de su amor por los ‘voticos’.
La popularidad de Uribe se mantiene, pero la calidad de su gobierno se deteriora. Es la conclusión a la que se llega, luego de evaluar sus tres años de gobierno. Entre más lo aplauden, más se reduce su margen de maniobra. Eso le pasó en sus visitas a Washington, Madrid y Londres y le viene pasando en el país. No importan los resultados que muestre. A donde vaya, cada quien se encargará de recordarle sus compromisos y prometerle su voto (si mantiene los favores, claro está).
Han sido tres años en los que la pasión presidencial por las mayorías ha crecido con la misma velocidad que han aumentado los costos que el país ha tenido y tendrá que pagar por esa especie de democracia directa impuesta por Uribe. En sus prácticas refrendatarias, en la negociación al menudeo con los congresistas, en los encuentros con empresarios o en los consejos comunales de gobierno.
Hay que ver los malabares a los que han tenido que recurrir los ministros para defender la irreversibilidad de las decisiones –improvisadas– que se toman en esos escenarios al calor de las promesas de apoyo electoral. Y para incorporarlas en sus programas de trabajo, sin importar si son inviables o no. Ya son muy pocos los mecanismos institucionales que quedan para contener las deudas que adquiere el Presidente para responder a los “arranques de las emociones masivas” de sus electores. No hay separación de poderes que valga, ni organismos de control que funcionen.
El poder de veto presidencial a las leyes, sólo es un mecanismo de negociación política. Y la rendición de cuentas sirve para hacer campaña, pero no para responder por las pérdidas y ganancias. El amor presidencial por las mayorías ha configurado una sociedad fragmentada en la que cada quien se moviliza buscando su propia renta: los industriales y agricultores presionan por más ayudas, a pesar de los beneficios recibidos a través de subsidios, exenciones tributarias y reformas laborales; los banqueros, queriendo ganar más, apoyan los programas de crédito, siempre y cuando el Gobierno ponga la plata; y los transportadores urgen la importación de tres mil camiones, sin importar los acuerdos comerciales.
Y como ellos, los políticos siguen pidiendo puestos, mientras explotan al máximo las cuotas burocráticas que han recibido por votar favorablemente la reelección en el Congreso; los alcaldes y gobernadores, aprovechando la necesidad electoral del Presidente, piden aumentar las transferencias de la Nación; y los paramilitares presionan una “reinserción” que les permita institucionalizar sus modelos de control político y territorial.
A todos los une la necesidad de mantener a Uribe en el Gobierno.
Por eso, no dejan de reclamar su reelección inmediata y la defienden con vehemencia. Pero eso es lo único que los une. Lo demás los separa. Las exenciones y subsidios benefician a los empresarios, pero no a los políticos. El Plan 2.500 construye vías que aumentan los votos de los políticos, pero no mejoran la rentabilidad empresarial ni la competitividad del país. Y la Ley de Justicia y Paz les sirve a los paramilitares, pero quita espacios que antes controlaban políticos y empresarios.
En eso ha terminado el proyecto reformador de Uribe: en la administración de pequeños intereses. Por eso, para asegurar su reelección, tiene que pedir en los consejos comunales que le den una oportunidad a Moreno de Caro o a quien lo esté acompañando; o debe estirar el presupuesto para “cumplirle” a una región.
No hay duda. Uribe es un rehén de su amor por los “voticos” y su gobierno tan débil, que la burocracia es lo único que le queda para desactivar a los que se opongan y los favores para mantener a los amigos.